Nebaj

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Para los extranjeros que vivían en las áreas rurales de Guatemala, los cambios sufridos en esas comunidades fueron asombrosos. Mientras la tecnología y la influencia cultural externa hizo poco para modificar el paisaje rural —todavía se podían manejar varios kilómetros, en caminos de terracería, sin ver una sola valla—, les impresionaba la extensa penetración del Ejército en estas áreas. Dos personas, un ciudadano estadounidense y un guatemalteco, describieron los pueblos de Nebaj y Chajul —en el Triángulo Ixil—, durante las décadas de 1960 y 1970:

“Cuando llegamos por primera vez a Nebaj tuve la sensación de que era justamente un lugar idílico. Nebaj estaba hermosamente ubicado: pastos verdes, ovejas, montañas y humo que se elevaba desde las chozas cada mañana. Cuando te levantabas, escuchabas la risa de la gente caminando a la pila, a los gallos y demás animales. Los hombres iban a sus milpas, usualmente llamaban a un amigo y trabajaban juntos en limpiar o arar. Las mujeres, quienes eran buenas tejedoras, eran algunas veces comisionadas por otras mujeres que no sabían tejer, para una fiesta muy especial. Era simplemente una vida normal de trabajo; traer agua a la casa, recoger la leña, y para las mujeres, tejer los huipiles —blusas bordadas usadas por las mujeres, que denotan el origen de las personas; hay alrededor de 200 estilos de estos—. Tenía la sensación de que las personas se preocupaban por tener una familia y, de alguna manera, conseguir tierra —comprada o alquilada— para criar un rebaño de ganado —tal vez algunas ovejas, una vaca o, incluso, un caballo, que solía ser un privilegio ladino: montar un caballo—. La gente no sabía nada más que de su tierra; sufrían si eran movilizados media cuadra de donde solían vivir”.

“Sabías que la gente tenía problemas, pero cuán diferentes eran de los que tienen ahora. Siempre había dificultades por padecer de enfermedades o no poseer suficiente comida y tener que viajar hacia la bocacosta —para trabajar—. Esas eran dificultades perpetuas, pero de alguna manera ellos tenían respuestas a esos percances, incluso para los de largo plazo. Siempre había respuestas. Para resolver una disputa, usualmente iban con el alcalde, y trataban de conseguir alguna ayuda de uno que fuera indígena para resolverlo. La Policía nunca se involucraba. Había una ronda, un patrullaje nocturno, pedían que lo hiciera una oficina del gobierno indígena. Tres o cuatro hombres caminaban alrededor del pueblo en la noche; de vez en cuando ellos soltaban un silbido. Lo hacían como un servicio a Nebaj”.

“En la noche, después de cierta hora, había un cambio real; era bien silencioso. Lo recuerdo, porque siempre esperaba la mañana. Había energía eléctrica, pero podías usarla sólo durante un par de horas, y en ese tiempo muy pocos ixiles tenían electricidad. Simplemente se quedaba en silencio el pueblo, el fuego se apagaba y la gente se iba a dormir. En la mañana, cuando los gallos empezaban a cantar, la vida empezaba de nuevo”.

Jean-Marie Simon (1988, 2012). Guatemala: eterna primavera, eterna tiranía. (Con permiso de la autora).